lunes, 19 de abril de 2010

Y dejo de pensar...

Aquel día. Haber llegado a ello. Su compañía. Todo tan raro, pero a la vez tan natural… Era un remolino en el que ella misma se había atrapado. Montones de “¿Por qué no?” habían bailado en su cabeza dejándola donde estaba. Pero al fin y al cabo, ¿Por qué no? No había nada de malo en haber hablado con otras personas, en haber hablado con él. No había nada de malo en haber buscado su conversación, o inocentemente, su tacto. Y no tenía nada de malo haber seguido hablando con él, y mucho menos si se reía y lo pasaba bien. Entonces empezó el juego que en el fondo ella había estado buscando. Un juego peligroso, excitante y alentador, al que jugaba casi inconscientemente, desconocedora de lo que pasaría por la cabeza de él. Hasta que llego aquel día. Porque tampoco había nada de malo en volver a verle.

Trazaba inevitablemente planes, ideas, frases ingeniosas que decir. Hasta que tomó la decisión de dejar de pensar, de dejar de esperar o especular y tratar de disfrutar. Y ella como siempre dividida, entre su parte tímida, la que no sabía cómo moverse, que se sentía insegura y la parte que era consciente del juego al que había estado jugando y quería más. Pero esa parte jamás salía fuera de las sábanas. Y allí estaba, sentada en aquella cómoda butaca, y sin embargo, inquieta. Lo notaba, hombro con hombro, notaba el calor que emanaba su cuerpo. Veía su mano jugueteando con el vaso tan cerca de la de ella… ¿Por qué no se encontrarían?… Los nervios la traicionaron y tuvo que salir de aquella sala, para poder respirar, para poder tranquilizarse y asumir que quizá aquello que anhelaba no sucediera.

Más tarde, paseando, volvió a accionarse el juego, y esta vez a la parte segura de sí misma no le cabía duda, él la estaba buscando, allí, y no a través de una pantalla, no con frases mal interpretables. Y aún así ella se sentía insegura. Pero sí, de una manera u otra, quería buscar. De nuevo sentados, en aquel coche extraño. Y sus manos, atrevidas, buscaron su risa, y ambos sabían que situación podía darse. Fue entonces. Aquel día. Se paró el tiempo.

Él finalmente se acerco. Ella jamás lo habría hecho. Y el tiempo dejo de andar. Su cara, tan cerca de la suya, sus labios, esperando los suyos. Hacía tanto tiempo que no besaba a nadie extraño… Condenada como había estado a la monotonía se sintió nerviosa… ¿Podría hacerlo? Y en aquel breve segundo, tras dar vueltas a un millón de posibilidades volvió a decidir dejar de pensar. Y lo sitió. Sus labios contra los suyos. Suaves, desconocidos, cálidos… Entonces recordó cuanto le gustaban los juegos y cuanto había deseado uno. Pero desde el mismo instante en el que se besaron ella supo que no se trataba de un juego. Y de vuelta en su casa supo que quería más, no sabía cómo ni cuándo, pero quería más.

Y se sucedieron más juegos. Jugaron a buscar tímidamente sus manos cuando los demás no miraban. Jugaron a besarse cuando alguien se distraía. Jugaron hasta que alguien les pregunto a que juego jugaban. Ella inmediatamente calló. Hacía tan poco que había sido liberada de aquella pesadilla de relación, hacía tanto que no estaba sola y no pensaba en ella… ¿Y qué dirían? Ella calló. Él calló. Y a ella entonces le urgió saberlo, en el fondo quería más, a pesar de que no estuviera preparada del todo… pero ella no sabía que quería él.

Una bonita tarde paseando deseaba decírselo, pero solo alcanzó a escupir un par de porqués que él no supo responder. Y entonces todos se interesaron por su juego, dando por hecho que ya eran más que jugadores, hablando de ello… Cuando ni si quiera ellos sabían que hacían en uno con el otro. Hasta que finalmente él dijo: “ Y bien ¿Somos más que jugadores?” Y ella se tranquilizó, él quería aclarar lo que eran… pero ella… estaba aún tan confusa, tenía aquella pequeña tortura tan reciente, y hacía tan poco que era libre…¿Quería volver a atarse?¿Y de ser así, sería con él? La gente hablaba tanto sobre tantas cosas… Y a ella no le bastaba con que fuera bueno en el papel. Necesitaba tiempo. Y él tan tierno lo entendió. Fue entonces cuando ella empezó a sorprenderse con la actitud tan dulce y tan diferente de su compañero de juegos. Y entonces el juego empezó a quemarles.

Los besos, las caricias… Hacía tanto que nadie encendía su fuego… Y él lo hacía tan bien, con sus pequeños detalles… Ella quería más, buscaba más, y en el fondo sabía que cuando hubiera oportunidad no podría pararlo. Y así fue. Otro día, mismo lugar… y él. Labios con labios, sus manos bailando por sus cuerpos, ambos querían más. Y volvieron a aquel sitio menos extraño para ella. Ella nunca lo había hecho así, los demás y su parte recatada la reprimían demasiado para ello, pero esta vez dio igual, porque ese día había decidido no pensar. Además, para ser más que jugadores, tenía que saberlo. Y nerviosa y torpe, quiso hacerlo. Él también. Y así pasó, ambos lo deseaban.

Fue bueno, para ella fue realmente bueno. Y no le importaba decirlo. Y no pensó en ello, y no se lamentó. Y tras más atenciones y detalles por parte de él… Llego otro día, una noche. Y a pesar de que ya estaba hecho, estaba nerviosa, nerviosa porque sabía que le quería. Y allí, no solo desnudaron sus cuerpos, si no que ella, tras un baile de roces, caricias y pasión, desnudo su corazón y lo dijo.
Pesara a quien pesase. Dijeran lo que dijese. Dijo la verdad, dijo lo que su corazón dictaba. Dijo lo que cada día sientía sin cesar. Ella le dijo a él:

“Quiero estar contigo”


Y no hay día que no lo quiera...

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